Por rezar, llevo magulladuras en las rodillas, que sólo una docena de esmeraldas podrían impartir.
He peleado con el león de la Metro en una Sinagoga de Santa Bárbara. Le he reventado el cráneo muñida de dos premios Oscar.
Una experta en triturar adversarios. Eso he sido siempre: inteligentísima.
Hice del flagelo, mi belleza. Y de mis contratos: la Inquisición.
No hay peor disculpa para el éxito, que ser religiosa.