Mis lágrimas jamás han sido a rimel corrido.
Cuando he estado borracha, he sabido compartarme.
Fui masculina. Siempre. Nunca descuidé eso.
He bebido whisky como quién expende semen.
Hay una nube de tabaco. Una sombra de bigotes, que asomo siempre al intoxicarme.
He mandado al Diablo corpiños y coquetas.
Cuando bebo huelo a fiera.
Podría comer cruda. Recibir azotes.
Si es que no los he recibido ya.
Sistemáticamente me han bombardeado las desgracias.
Me he vuelto una especialista en deslizar mi vida hacia los acantilados.
He volcado. Dado trompos en las licorerías de Santa Mónica.
Me he paseado desnuda por Rodeo Drive.
Envuelta en insultos y diamantes.
Nadie miraría mi cuello, sino para arrebatarme de un zarpazo la personalidad.
La canasta de Caperucita está colmada de AZT.
El lobo ha sido siempre el calendario.
-“¡Qué arrugas tan grandes tienes, Caperucita!”
– Para operarte mejor, lobo de mierda.